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A principios de semana, el ilustrador y dibujante Carles Ponsí denunció en su cuenta de Twitter que una editorial había rechazado su proyecto de cómic. ¿El motivo? Pese a que Carles contaba con diez años de experiencia en el oficio, sus redes sociales no tenían el suficiente número de seguidores. El tuit, como podéis imaginar, se hizo viral automáticamente.

Y es que, lejos de ser un caso aislado, lo que le ha sucedido a Carles Ponsí empieza a ser el pan de cada día de muchos escritores, ilustradores y fotógrafos. Este «método de descarte», en el que se prima el alcance en redes sociales y ya no tanto el talento y el trabajo del artista, se está convirtiendo en una de las consecuencias más negativas de esta Era de los Influencers.

La cara B de un modelo de negocio cimentado en el número de followers

Porque no nos engañemos: el objetivo principal de la empresa que rechazó el proyecto de Carles no era el criterio editorial en sí mismo, sino ahorrarse los costes de promoción del cómic. Lo mismo ocurre, solo que en sentido inverso, con los instagramers y youtubers que publican libros a piñón. Muchas editoriales, conscientes del enorme tirón que tienen los influencers en redes sociales, «se aprovechan» del número de seguidores para conseguir ventas millonarias. Un modelo de negocio como cualquier otro, por supuesto, pero que perjudica enormemente a los profesionales que tienen redes sociales poco rentables.

Esa es otra: tenemos la concepción errónea de que si un escritor o dibujante cuenta con millones de followers en sus redes sociales, los followers difundirán voluntaria y gratuitamente el último trabajo de su artista favorito. Sin embargo, aunque un artista pueda crear una auténtica comunidad de seguidores en sus redes sociales, sus followers no siempre le darán de comer.

Que un pintor tenga un millón de seguidores en Instagram no significa, necesariamente, que ese millón de seguidores vaya a comprar su último cuadro.

Algo falla en el sistema cuando algunas editoriales no hacen parte de su trabajo e indirectamente obligan al artista a asumir los costes de promoción de su propia obra. Ambos factores (promoción editorial y promoción en las redes sociales del artista) pueden ir de la mano, por supuesto, pero en ningún caso la segunda puede sustituir a la primera cuando existe una relación contractual de por medio.

Qué es un nethunter
De Repente || Shutterstock

Las redes sociales deberían sumar puntos a tu candidatura, pero nunca sustituir al currículum

Porque una cosa es utilizar tus redes sociales como portafolio de tu trabajo, y otra bien distinta que se mida tu valía como profesional por el número de seguidores que tengas.

Quizá lo más democrático que tiene la red es que cualquier persona con conexión a Internet puede dar a conocer su trabajo de manera gratuita. Las redes sociales, los sistemas de gestión de contenido (WordPress, Blogger) y plataformas como Issuu o Medium son solo algunas de las opciones que tenemos a nuestro alcance para subir nuestro trabajo a la red y empezar a construir una comunidad de seguidores.

No son pocos los escritores, pintores y músicos que han conseguido difundir sus obras, llegar a millones de personas y conseguir sus primeros clientes gracias a Internet. Pero esta situación no es la norma: cientos de artistas que tienen una trayectoria alucinante a sus espaldas no cuentan con un número exacerbado de seguidores (ya sea porque no tienen redes sociales o porque no disponen del tiempo necesario para crear contenido online además de su trabajo habitual).

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